viernes, 22 de enero de 2016

Diario de un viaje (I)

Era una mañana fría, de esas que te quitan las ganas de realizar todo aquello que habías planeado con la mejor de tus intenciones. Las temperaturas eran bajas y el cielo amenazaba lluvias que esperaba que no se cumplieran. Caminé hasta el punto de reunión de taxis más cercano y cogí el primero que vi. "Al aeropuerto", dije.

Salía con el tiempo suficiente para llegar y coger mi vuelo, pero el atasco que invadía más de media ciudad complicaba ligeramente las cosas. Mientras los coches se enzarzaban a golpe de claxon, se escuchaba algún "¡muévete, bastardo!", pero en esos momentos lo único que se movía eran las agujas del reloj. Tras más de tres cuartos de hora de retención, la marabunta de coches comenzó a moverse y no tardamos más de lo normal en vislumbrar desde el taxi la monstruosa montaña de cemento que recibía y despedía aviones. Unos billetes, un "muchas gracias" y mucho que hacer en muy poco tiempo. Quizás demasiado que hacer. Quizás muy poco tiempo.

Busqué en las pantallas el lugar que me recibiría y a su lado aparecía un intermitente letrero que contenía la palabra "DELAYED". "Bueno, así tengo más tiempo", pensé. Caminé hasta la ventanilla de información y solicité mi billete. Ante la atenta mirada de la azafata, que se empeñaba en comprobar una y otra vez si mis datos coincidían con la reserva del billete, obtuve mi pasaje y fui a facturar mis maletas. De las dos máquinas embaladoras, solo funcionaba una y la cola para acceder a ella era monumental. Allí fue donde le conocí. No me dijo su nombre, no me dijo donde iba. Era un señor mayor, escaso de pelo, con barba blanca, delgaducho y sonriente. Estaba acompañado de su nieto, un joven rubio con cara de pillo, ojos marrones y la cara sacudida de pecas. Fue corriendo al baño y nos dejo solos a su abuelo y a mí.

"Estas cosas suelen pasar en estos sitios, hijo", dijo para abrir la conversación. Recuerdo que estuvimos hablando un buen rato sobre la planificación del aeropuerto y el servicio que prestaba a los ciudadanos hasta que me preguntó donde viajaba. Me dio mucha vergüenza decírselo, pero al fin y al cabo, no era nada malo. "Pero el vuelo viene con retraso, ¿verdad? No te preocupes porque lo importante no es el tiempo que tardes en llegar, sino hacerlo. Las prisas no son buenas consejeras".

Por fin llegó mi turno y coincidió con el regreso del joven pecoso. Embalé mis pertenencias y, antes de marcharme, le estreché la mano a aquel señor. "Espero que tenga un buen viaje", le dije.
Al alejarme, escuche al nieto, hasta entonces inédito, preguntarle: "Abuelo, ¿a dónde viaja ese señor?" "Hacia la felicidad, hijo, hacia la felicidad".

Foto: Viajerosblog

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