viernes, 22 de enero de 2016

Diario de un viaje (II)

Me dirigí a la puerta de embarque que me llevaría directo a mi avión, pero me resultó extraño que fuese el único pasajero allí presente. La ausencia de empleados del aeropuerto contrastaba con las puertas colindantes, repletas de trabajadores que intentaban conducir a las masas hacia sus respectivos vuelos.
Saqué mi billete y comprobé si la puerta en la que me encontraba era la correcta. Lo era. Creo que si digo que aquellos fueron los cinco minutos más largos de mi vida no diría ninguna tontería.

Me senté en una butaca y miré al suelo, pensando que había vuelto a fracasar en mi lucha por tomar tan ansiado vuelo. Fue entonces cuando, entre mal trago y mal trago, escuché una voz por detrás que preguntaba por mí. "Sí, soy yo". "Acompáñeme, por favor".

Era una señorita de unos veintitantos, morena, de buen ver y con una sonrisa impecable. Vestía uno de esos trajes rojos con sombrero de azafata que sólo se ven en las películas. Si me hiciesen recorrer aquel camino a mí solo de nuevo, no sería capaz de encontrarlo.

Tras mucho caminar, atravesamos una puerta y descendimos unas escaleras tan oscuras como misteriosas para llegar a una sala que nunca imaginé en un aeropuerto. No tenía ventanas pero estaba perfectamente iluminada por los numerosos fluorescentes que había en el techo. Estaba compuesta por miles de cajas de cartón que se desplazaban unas tras otras sobre un circuito de cintas transportadoras que acababan en un almacén al fondo de la sala.

"Estoy segura de que usted no sabe donde se encuentra. Los aeropuertos, lejos de ser un lugar de tráfico de aviones, son terminales de compra-venta de emociones y sentimientos, pero sobretodo, de sueños. Nadie coge un avión con indiferencia. Todos los que subimos a uno lo hacemos con un sueño pensado. Unos piensan en triunfar en los negocios, otros en ganar un partido de fútbol, otros con encontrarse de nuevo con sus familiares...A todos nos mueve un por qué para coger un avión. Unos lo consiguen y otros no, pero ninguno queda en el camino. No hay sueños perdidos en las terminales. Nosotros los recogemos y los almacenamos aquí para que las personas que no tienen claro lo que esperan de sus viajes puedan realizarlos con la mayor de las esperanzas".

Un gesto con la mano procedente de la azafata me invitó a acercarme al circuito y ver las cajas de cerca. Felicidad, dinero, negocios, amor, exilio, fama...cada caja tenía un rótulo. Cogí varias de ellas y me dirigí a la azafata con un "Creo que ya es suficiente". Entonces, con la mejor de sus sonrisas, la azafata dijo: "Muy bien. Ya está usted preparado para embarcar".

Foto: Hazmelamaleta

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